En defensa de los animales

El ganadero Howard Lyman yacía internado con un grave pronóstico. Lo esperaba una cirugía urgente y muy compleja. Allí, a segundos de batallar contra la muerte, lo asaltó una emoción intolerable: el remordimiento. No por su familia, tampoco por mandar a sus vacas al matadero. Howard se lamentaba por arruinar su granja: «Estaba destruyendo el suelo, los pájaros y los árboles con químicos. Estaba matando las cosas que más amaba
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Inolvidable bruja de trifulca

Le ganamos a Bolivia en la criminal altura de La Paz. Estadio vacío, pandémico. Dos a uno. Endiablado. Durante el partido, un amigo me decía por chat que se había pasado el día lijando una pared y le dolía el cuerpo. Estaba contento. “Eso te quita la ansiedad”, me aseguró. Mi amigo tiene varias empresas y el estómago ulcerado. Duerme mal una noche cada dos, las otras come pastillas o
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El sueño de D10S en Napoli

5 de julio, 1984. Napoli. Tu pregunta es por Dios y por la Muerte, como cada vez que subís de la fosa del taller con la cara negra. “Entro y salgo de la tumba”, pensás y es lógico, porque en tu ciudad la Muerte lo impregna todo, te atrapa y amenaza en afiches de lágrimas sin paz, amurada en los altares callejeros, cientos, miles de homenajes populares y artesanos. Hay uno
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Benedetti y la adicción a la nostalgia

La nostalgia nace como una amarga derrota. Es un partido que ni siquiera llegaste a jugar porque cuando entrabas a la cancha viste a tu equipo yéndose con otro, en ese barco que a pesar de ser tan lento, nunca demora lo suficiente para olvidar, ni se aleja tanto como para perderse de vista. Más bien, es de un navegar similar a un espejismo, parece irse cuando llega y lo que deja atrás es lo que se lleva encima.
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Mañana en el Abasto

(Homenaje a Luca Prodan) Mañana de sol. Bajo por el ascensor, aprieto un botón: planta baja o baño donde estaba vomitando esa muerte de ginebra. No, eso fue anoche, anoche mientras le ganaba al truco al Negro y fumábamos sus parisiennes oscuros. Ahora es mañana y es sol, ahora es el Abasto. Suelta, soltá, no me toqués, portero. En mi edificio no hay portero, hablo con un tablero de timbres
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La muerte en las zapatillas

Suena el teléfono mientras camino hacia la estación de tren. Como un samurai desenfunda el sable sobre su caballo, yo saco el móvil del bolsillo y leo “número privado” sin dejar de andar, y me olvido de la llamada, miro mis pasos de zapatillas negras. ¡Esas zapatillas llevan catorce años conmigo! Están algo maltrechas, pero funcionan bien. Las compré en marzo del 2004, cuando Atocha se volvió nudo en el
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